El cuento del principe predestinado

EL PRÍNCIPE PREDESTINADO

Una vez era un rey que no tenía ningún hijo varón. Afligido por ello, les pidió un hijo a los dioses a quienes servía, y éstos decretaron que tuviese uno. Aquella noche durmió con su mujer, y ella concibió. Pasados los meses dio a luz un hijo.

Cuando llegaron las Hathores para predecir el destino del niño, dijeron: “Morirá por el cocodrilo, o por la serpiente, o por el perro”. Los que estaban junto al niño le contaron esto a Su Majestad, que quedó muy afligido.

Su Majestad hizo construir una casa de piedra en el desierto, provista de gentes y de todas las buenas cosas de palacio, y ordenó que el niño no saliese nunca de ella.

Pero un día, cuando el niño fue mayor, subió al tejado y vio a un galgo que seguía a un hombre por el camino. Le dijo al criado que estaba junto a él; “¿Qué es eso que va detrás del hombre que viene por el camino?” El servidor dijo: “Es un galgo”. El niño dijo: “Quiero que me traigan uno como ése”. El paje se lo contó a Su Majestad, y Su Majestad dijo: “Que le den un perro pequeño para que no se preocupe.” Le trajeron el galgo.

Mas después que pasaron muchos días, el niño se había desarrollado en todos sus miembros, y envió un mensaje a su padre, diciéndole: “¿De qué sirve que me pase aquí mi vida ocioso? Ya que me amenazan tres destinos ad versos, déjeseme obrar según mi corazón y Dios hará su voluntad.” Escucharon sus de­ seos y le dieron armas y un paje para que le acompañara. Le transportaron a la costa oriental y dijeron: “Vete ahora a donde quieras”. Y dejaron con él al galgo.

Siguiendo sus caprichos, se encaminó al norte por el desierto viviendo de las primicias de la caza. Así llegó a la morada del príncipe de Naharina. El príncipe de Naharina no tenía hijos varones, sino únicamente una hija, para la cual había levantado una casa cuyas ventanas estaban alejadas del suelo setenta varas. Convocó a todos los hijos de los príncipes del país de Charu y les dijo: “El que suba hasta la ventana de mi hija se casará con ella”. Pero cuando habían pasado muchos días y los príncipes de Charu estaban ocupados a diario, pasó por allí el Príncipe de Egipto. Le lleva ron a la casa, le bañaron, dieron piensos a sus caballos, le mostraron toda suerte de amabilidades, le perfumaron y le dieron pan a su criado. En tono de conversación le dijeron: “¿De dónde vienes, bello jo ven?” Él les dijo: “Soy hijo de un oficial del país de Egipto. Mi madre se ha muerto y mi padre se ha casado con otra mujer. Mi madrastra me cogió odio, y yo escapé de ella”. Entonces le abrazaron y le besaron en todos sus miembros.

Pero cuando hubieron pasado algunos días, él les dijo a los príncipes: “¿Qué hacéis ahí?” Le respondieron: “El que suba a la ventana de la hija del príncipe de Naharina se casará con ella.*’ Él les dijo; “Acaso pueda yo. Conjuraré mis pies, para subir con vosotros.” Los príncipes, como todos los días, trataron de subir, mientras el Príncipe de Egipto se mantenía alejado, viendo la escena. La mirada de la hija del príncipe de Naharina se posaba sobre él.

Cuando hubieron pasado algunos días, el Príncipe de Egipto trató también de subir con los hijos de los demás príncipes y alcanzó la ventana de la hija del Príncipe de Naharina. La princesa le besó y abrazó en todos sus miembros.

Fueron a alegrar al padre de la princesa con esta nueva, y le dijeron: “Un hombre ha alcanzado la ventana de tu hija.” Preguntó el príncipe por él y dijo: “¿De cuál de los príncipes es hijo?” Le respondieron: “Es hijo de un oficial. Ha huido de Egipto para escapar a la cólera de su madrastra.” Entonces el Príncipe de Naharina montó en cólera y dijo: “¿Voy a darle mi hija a un fugitivo del país de Egipto? Que se vaya a su tierra.”

Llegaron y le dijeron al príncipe: “Márchate por donde has venido.” Pero la princesa lo abrazó y juró por Dios, diciendo: “Por Ra. Si me separan de ti, no comeré ni beberé más y me moriré al instante.” Un mensajero fue a comunicar al padre lo que ella había dicho.

El príncipe mandó llamar al mancebo y a su hija y besando y abrazando a aquél en todos sus miembros, le dijo: “Cuéntame quién eres, pues ahora eres para mí como un hijo.” El joven respondió: “Soy hijo de un oficial del país de Egipto. Murió mi madre y mi padre volvió a casarse, y yo me he ido, huyendo del odio de mi madrastra”. El príncipe le dio a su hija por mujer y también una casa, gente y tierras, así como ganado y todo género de cosas buenas.

Pero después que hubieron pasado muchos días, el joven le dijo a su mujer: “Estoy predestinado a tres destinos: al cocodrilo, a la serpiente y al perro.” Entonces ella dijo: “Que maten, pues, al galgo que te sigue.” Él dijo: “No dejaré matar al perro, a quien he criado desde pequeño.” Ella entonces comenzó a vigilar cuidadosamente a su marido y no le dejaba salir solo.

Pero el joven deseó recorrer la tierra de Egipto. El cocodrilo del río apareció en la ciudad en que estaba el príncipe. Pero había en ella un gigante que no dejaba salir al cocodrilo. Cuando el cocodrilo dormía, el gigante salía a pasearse, y al ponerse el sol tomaba a su albergue; y así diariamente durante dos meses.

Luego que hubieron pasado los días, el príncipe se quedó en casa para divertirse. A la noche se acostó en su lecho y el sueño se apoderó de todos sus miembros. Su mujer llenó una taza con cerveza. Salió en esto una serpiente de su agujero para morder al joven, pero la mujer estaba junto a él sin dormir, velándole,  las criadas le dieron a la serpiente la cerveza, que ésta bebió hasta emborracharse. Al fin se quedó dormida sobre sus espaldas y la mujer la hizo pedazos con su hacha. Despertaron al marido, y ella le dijo: “He aquí que tu dios ha puesto en tus manos uno de tus destinos. Él te pondrá también los otros.” Entonces hizo ofrendas al Dios y le adoró y exaltó su poder durante todos los días de su vida.

Y después que hubieron pasado los días, el joven salió a pasear por sus dominios, seguido de su perro. Como el perro saliera corriendo, persiguiendo caza, el príncipe le siguió y bajó tras él al río. Entonces salió el cocodrilo y lo arrastró a donde estaba el gigante. El cocodrilo le dijo al príncipe: “Yo soy el destino que te persigue. Pero te dejaré el día que el gigante deje de existir”.

Cuando amaneció y se hizo nuevo día, vino… Este texto está incompleto